Imagen del film "La vida es bella" (La vita è bella). Drama, 1997 de Roberto Benigni. La vida es bella fue galardonada con más de 50 premios internacionales, entre los que se incluyen tres premios Óscar, el Gran Premio del Festival de Cannes, el César a la mejor película extranjera y el Goya a la mejor película europea.
"Esta es una historia sencilla, pero no es fácil de contarla.
Como en una fábula, hay dolor, y como en una fábula,
está llena de maravillas y felicidad".
Nuestra casa tenía
doce tejados.
Mi padre la hizo así
pensando en los doce
árboles
que abrazaban el camino
a la ciudad de Antigua,
donde él vivió de
niño.
Nuestra casa tenía
veinticuatro ventanas.
Mi padre quería
doblemente iluminarse en la luz de cada mes
del año.
Él pensaba que hay que
mirar
el paisaje desde todos
los ángulos,
que el pecho ha de
estar siempre abierto
a la danza del corazón,
para aprender a
sujetarse
cuando el fuego de la
edad ya no es un niño...
Nuestra casa tenía
cuatro puertas
abiertas.
Mi padre quería
honrar la memoria de
las estaciones.
Y en cada puerta
gravó una palabra
aprendida de sus mayores,
con su eco dorado y su trazo imborrable:
"Fuerza";
"Amor";
"Humildad";
"Sabiduría".
Las cuatro esperanzas
de su cosecha...
Lo hizo así para
recordarnos
que la vida es un abrir
y cerrar...
Los ojos, la boca;
el corazón, los
brazos...
Y quizás nunca
inocentes, nuestra casa sabe
de nuestras
travesuras...
Mi padre quería
un diálogo permanente
con el dios soldado que
halló
tendido en el camino de
sus guerras.
Con las pequeñas
piedras de sus errores,
le hizo unos zapatos a
nuestra amada casa,
a prueba de llagas, con
puros motivos que ya no importan,
porque mi padre quería
una casa
que nunca se derrumbara
ante la soledad...
Siempre había un
descanso para los pies
que llegaban desde
otras fronteras,
esperanza para el que
traía un nudo en la garganta.
Recuerdo nuestra casa
como un lugar sin
horarios y sin fechas;
rodeada de cedros y
montañas de punta en blanco
al toque de queda, sin
amarguras,
nuestra casa era como
un gran barco
infatigable, cargado de
almohadas para el desconsuelo.
En el jardín
ronroneaban pasos intrépidos,
y miles de luciérnagas
bailarinas giraban,
como aquella entre
nieves de mi bola de cristal
regalo de mi abuela
Yildaryn.
Nuestra casa tenía
cielos traviesos
cargados de héroes
que jamás murieron,
viveza insurgente
alfombrando los suelos.
Mi padre la decoró así
para salvar nuestra infancia
de todas las tragedias
que nos perseguían,
también de aquellos
tanques de los tristes días...
Nuestra casa tenía
doce tejados,
mi padre la hizo así
para que aguantase las
heridas del vivir
y el crujir de los
huesos cuando llega el silencio...
Para que aún después
de idos todos los recuerdos
de sus paredes
garabateadas,
nuestra casa guardara
la memoria del tiempo.
Nuestra casa tenía...
¡Oh soledad de la casa
de mi padre, no te extiendas
Note: Este poema está dedicado a mi padre. Pertenece al poemario "La colina es blanca, el pájaro azul", aún inédito. Realmente él supo construir una casa a prueba de terremotos, y apenas con sus manos humanas y su gran bondad. 🐾💧🐾🌱😘 By happy!🙋♀️
Gracias, lectores. 🙏
Merci beaucoup à tous!
Pieza musical en memoria del terremoto de 1999 en Izmit, Turquía. Murieron más de 17.000 personas.
Acudieron expertos en salvamento de 19 países, entre ellos 2 equipos de rescate españoles que salvaron muchas vidas. (Hay algo muy personal en esa tragedia).
Mi padre me dijo una vez: "Cualquier terremoto puede destruir nuestra casa y con él nuestros sueños. Pero lo importante es que el paso del tiempo no destruya lo que fuimos en vida; lo que somos de verdad". Por supuesto mi padre hablaba de la fortaleza del Amor...
Una adolescente se toma un descanso en su venta ambulante de baratijas en Mange Bureh. Las niñas no escolarizadas que trabajan en las calles de Sierra Leona para contribuir a la economía familiar corren especial peligro en un país donde los delitos contra ellas suelen quedar impunes.
#Yomequedoencasa 😷😉🌹📚🌍😘🎶🍀✍🙏🙋♀️
LOS RIESGOS DE NACER NIÑA
Cómo la identidad de género
condiciona nuestras vidas
La pobreza, la violencia y las
tradiciones culturales oprimen a millones de niñas del mundo entero,
pero algunas ven un rayo de esperanza en la educación.
Sierra Leona es uno de los peores
lugares del mundo para ser niña.
En este país de África occidental,
habitado por unos seis millones de personas, desgarrado por una
cruenta guerra civil que duró más de una década y devastado por el
Ébola, el simple hecho de nacer niña se traduce en una vida de
barreras y tradiciones que a menudo dan más valor a su cuerpo que a
su mente. La mayoría de las mujeres de Sierra Leona —el
90% según Unicef— han sido
sometidas a la mutilación genital, una práctica que las inicia en
la vida adulta y supuestamente las hace más deseables para el
matrimonio, pero que también es un método de represión sexual
profundamente arraigado en su cultura. Casi la mitad de las chicas se
casan antes de los 18 años, y muchas se quedan embarazadas mucho más
jóvenes, a menudo en su segundo o tercer ciclo menstrual. Muchas son
víctimas de la violencia sexual; las violaciones suelen quedar
impunes. En 2013 más del 25% de las sierraleonesas de entre 15 y 19
años estaban embarazadas o ya eran madres, lo que supone una de las
tasas de gestación más elevadas del mundo para esta franja de edad.
Y demasiadas mueren en el parto: es el porcentaje más alto del
mundo, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud y
otras entidades internacionales. La mutilación genital femenina
puede elevar el riesgo de sufrir complicaciones obstétricas.
Fotografía de Stephanie Sinclair.
Una niña es sometida a una mutilación genital durante una ceremonia colectiva celebrada en un colegio de Bandung, Indonesia, en 2006. Según Unicef, al menos 200 millones de niñas y mujeres de unos 30 países -entre ellas alrededor de la mitad de las indonesias menores de 12 años- han sufrido la mutilación genital. La práctica sigue realizándose y no siempre con las condiciones higiénicas adecuadas.
«Si
vas a las provincias te encuentras con chicas de 23 años, de 15
años, ya casadas y con sus bebés en brazos»,
dice Annie Mafinda, comadrona del Rainbo Center, que ayuda a víctimas
de la violencia sexual en Freetown, la capital de Sierra Leona.
Muchas de las pacientes atendidas en este centro tienen entre 12 y 15
años».
Fotografía de Stephanie Sinclair.
Los matrimonios concertados son habituales en Sierra Leona. Baby Sibureh, de 17 años, y Claude Seibureh, de 48, vecinos de Freetown, se casaron en plena crisis del ébola. Cuando nació su hijo Joseph, a la madre hubo que hacerle una cesárea.
Entre otras historias, dice Alexis:
Cuando conocí a Sarah en
Freetown, una ciudad que se levanta sobre una península montañosa
junto a un puerto rutilante, tenía 14 años y estaba embarazada de
seis meses, aunque parecía varios años más joven. Hablaba en un
susurro, era bajita y menuda, llevaba las uñas de los pies pintadas
de rojo y el pelo bien recogido bajo un pañuelo de color melocotón.
Me contó que la había violado un muchacho, vecino de su familia,
que se marchó de la ciudad tras la supuesta agresión. Cuando su
madre se enteró de que estaba embarazada, la echó de casa. Ahora
Sarah (cuyo apellido nos reservamos) vive con la madre del chico que
según ella la forzó. La madre del supuesto violador fue la única
que se prestó a acogerla; en Sierra Leona las mujeres suelen vivir
con la familia del esposo. Sarah tiene que cocinar, limpiar la casa y
hacer la colada. Me contó que la madre del chico le pega cuando, de
puro agotamiento, no cumple con sus tareas.
Con tantas trabas, ¿cómo puede
una chica como Sarah sobrevivir y salir adelante en Sierra Leona?
Las sierraleonesas suelen decir
que el trauma de su país tiene su origen en la guerra civil que
enfrentó a grupos rebeldes y al Gobierno. Desde 1991 y durante 10
años, miles de niñas y mujeres fueron violadas. Decenas de miles de
personas fueron asesinadas. Y más de dos millones se vieron
desplazadas. Más recientemente ha sido el virus del Ébola el que ha
hecho estragos en el país, cobrándose una 4.000 vidas en menos de
dos años.
Fotografía de Stephanie Sinclair.
Niñas de la aldea sierraleonesa de Masanga toman parte en ceremonias Bondo alternativas en las que se inician como mujeres adultas sin someterse a la mutilación genital.
«En
este país no importa la vida, ni el cuerpo, ni el alma de las
mujeres jóvenes —afirma
Fatou Wurie, nacida en Sierra Leona, criada en el extranjero y que
regresó a su país natal, a Freetown, donde trabaja en pro de los
derechos de las mujeres—.
Hasta la última política que implantamos excluye la voz
de las jóvenes sierraleonesas».
Al participar en una ceremonia Bondo, alternativa que no incluye la mutilación genital femenina, estas niñas de Masanga reciben educación gratuita garantizada por Masanga Assistance Education, una organización suiza sin ánimo de lucro.
A pesar de que he pasado largas
temporadas en diversos lugares de África occidental, la primera vez
que pisé Sierra Leona me quedé profundamente impactada. He estado
en Nigeria, Ghana, Senegal y Costa de Marfil, pero Sierra Leona me pareció diferente: menos acogedora, menos exuberante, más suspicaz
y recelosa. Sin embargo, también descubrí que incluso en este país
tan turbulento hay jóvenes que encuentran la manera de sobreponerse
por encima de todo.
Fotografía de Stephanie Sinclair.
Rinki y Arti Kumari comparten un momento distendido en su habitación durante un receso de las clases que reciben en la escuela pública a la que asisten, la Kasturba Gandhi Balika Vidyalaya de Forbesganj, en la India. Entidad benéfica gestionado por Apne Aaap, cuya misión es poner fin a la trata sexual.