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viernes, 29 de marzo de 2019

UN PIZARRO EN PRAGA



Un Pizarro en Praga


    Detrás de la puerta un pequeño de siete años miraba por el agujero de la cerradura. Se oían pasos agitados, gente corriendo sobre las puntiagudas piedras recién lloradas.
  Un golpe fuerte aporreó la madera. El niño se asustó y apartó su cara. Desde afuera, una voz cruel llamó: «¡Manuel Pizarro!»
  El padre, con los ojos temblorosos, miró al niño y le dijo en voz baja: «Escóndete en el pajar detrás de los burros. ¡Corre!»
  Se abrió la puerta. Se oyó un golpe seco y un: «¡atad al rojo y ponedle la venda bien fuerte en los ojos! ¿Creías que ibas a escaparte? !Tira!»
  El ruido fue alejándose y la calle silenció sus piedras. El niño salió del escondite, corrió hacia la calle hambriento de respuestas. En medio de la calle quedó solo. No había nadie en las ventanas, nadie a quién preguntar. Todas las puertas cerradas.
  Pasaron noches invernales y noches de soledades pálidas sobre la calle sin voz. Pasó el tiempo ojeroso arañando el dolor vivo sobre su piel. El niño cumplió diecinueve años. Dejó de mirar a las piedras asustadas de la calle y dejó de esperar a su padre. Dejó de llorar. Miró sus pies desnudos que ya se hallaban en un camino extranjero...

   Después de doce años trabajando por un trozo de pan para el señor alcalde y dueño de casi todos los olivares del pueblo, decidió cerrar la puerta de su casa huérfana, para siempre. Le dio las gracias al delator por haberle dejado ir al colegio algunas veces, por haberle regalado las ropas usadas de uno de sus hijos durante aquellos años de servidumbre. Pero aquel joven sabía con certeza, que el viejo alcalde jamás redimiría la culpa de aquella noche delatora. Su venganza sería irse lejos y no volver nunca a la patria sin memoria. Una patria que no había tenido interés en contarle las verdades que ocurrieron en las calles empedradas. Aquel año de 1948 se reabrieron las fronteras franco-españolas. Esta noticia fue de vital importancia para muchos jóvenes que quedaron huérfanos por la guerra como mi abuelo Román Pizarro.

  Por último se acercó a despedirse del río Tajo y dijo adiós para siempre al puente de Alcántara. Puente emblemático, aún manchado de sangre en las comisuras de sus piedras, donde en el 36 los fusiladores se jactaban del certero tiro en las cabezas. Desde allí tiraron a su padre y a muchos otros desaparecidos. Pero todo había quedado oculto y mudo, difuminado entre aromas de romero y jara bajo el sueño de Caesarina...

  Muchos años después, mi abuelo, nos contaba historias de la guerra de España, de la noche que se llevaron a su padre para siempre, de las calles de piedras de su niñez, mientras paseábamos por la plaza de la vieja ciudad de Praga. Mi abuelo nos decía con tristeza que, aquella guerra civil nunca se aprendió en las escuelas, y sin embargo, sentía un gran cariño por su tierra natal, estaba muy orgulloso de su origen español y de su apellido “Pizarro”. 
  Él siempre llevaba en las manos un pequeño libro de poemas del poeta Vladimir Holan. Le recitaba a las palomas con mimo, como si quisiera que sus palabras volaran por encima de los tejados y bajaran a beber en el río... Dolor y pena, recuerdos y añoranzas... ¿Quisieras ser de nuevo joven, vivirlo todo de nuevo?". Quizá porque se acordaba de otro río y de otra tierra de pizarras...

  Una tarde de mayo, la mirada de mi abuelo se fue con el río Moldava. Sus últimas palabras fueron: “uno es de donde ha aprendido a vivir”, recordando a su compatriota Max. Las palomas revoloteaban a su alrededor alborotadas, o quizá le recitaban ¿quién sabe? La fina y suave lluvia resbalaba en su cara, brillaba en las piedras del viejo puente...

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Clarisa Tomás Campa. © All Rights Reserved.

Gracias, lectores. 🙏
Merci beaucoup à tous!

(Esta es una historia de España que mi abuelo me contó. La historia está ficcionada para preservar el anonimato).

sábado, 28 de enero de 2017

EL TIEMPO PINTADO

Óleo del artista francés Paul Cézanne (1839-1906). "Montagne Sainte-Victoire" (1895).

Clarisa Tomás Campa. © All Rights Reserved.
La lluvia
ha borrado mis acuarelas,
pero sigo pintando en ti
y en los recuerdos...
Estoy llena
de vivos sentimientos.
Desde mi orilla.

El tiempo pintado

Cuando acariciaba flores,
 veía tierra sudorosa y grama.
Cuando lavaba sombras,
descubría pequeños brotes de sonrisas
a punto de ser sazón.
Cuando buscaba alondras,
las nubes encogían precipitadamente
y se volvían espejos luminosos,
ventanales donde mirar ausencias.
Cuando pintaba, solo me nacían montañas,
las montañas salían de mí y llenaban mi casa...

Pinté montañas tristes y arrugadas
con el carmín grosella de mi madre,
y ella las guardó en su regazo mucho tiempo,
decía que eran iguales que su tierra...
En la pared más vieja de la casa
dibujé una montaña temblorosa,
que se hacía elástica y graciosa
como una montaña recién salida de su cuna.
Mis hermanos la llamaban “monperroña”,
porque en las noches ladraba
y asustaba a los sueños...
El día que nos fuimos de allí,
la recuerdo aullando en el balcón...

Pintando, pintando, encontré unos zapatos
llenos de mundos por pincelar y, con ellos me estampé
en todos los muros que no pude saltar,
donde perdí el miedo y gané en audacia...
Le agradezco a los días sus ojos abiertos
que miraban por mí, despertaban en mí...
Nada es mejor que la vida despierta:
¡despertar y vivir!

Y en todas las migraciones mías,
encontré senderos fuera de sus órbitas
despegados de sus mechones
que vagaban con ilusión...
Una estrella habladora por aquí;
un planeta sin nombre por allá;
un cometa inquieto dando vueltas,
ráfagas de luces en espiral...

Ahora que ya no pinto montañas,
me nacen abedules y pájaros azules,
pinceladas agrestes sobre este corazón
que a ratos se emborrona...

Y siempre en mi deambular,
algún secreto se dejó descubrir
abriéndome los ojos de par en par.
Alguno vino a mí con mano generosa,
acarició mi pelo y me hizo un guiño,
y me quitó mi blusa de ignorancias.

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Clarisa Tomás Campa. © All Rights Reserved.

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Porque estamos llenos de vivos sentimientos...

Gracias, lectores. 🙏
Merci beaucoup à tous!