Anna Ajmátova (Анна Андреевна Ахматова)
«No, no bajo un extranjero firmamento,
ni bajo el amparo de extranjeras alas —
estuve entonces con mi pueblo,
donde mi pueblo, por desgracia, estaba.»
Anna Ajmátova.
ANNA
AJMÁTOVA (1889-1966), seudónimo de Ana Andreievna Gorenko, nació
cerca de Ordesa, en Ucrania.
A
los veintitrés años publicó su primer libro de poemas, La
tarde. En 1934 su primer marido , el también poeta Gumilev, fue
acusado de actividades contrarrevolucionarias y murió fusilado.
Muchos de sus amigos poetas fueron enviados a los gulags de Stalin, y
eran condenados a prisión o enviados al exilio, entre ellos su único
hijo, Lev. Tras años en el centro de la diana del terror
estalinista, fue encarcelado en 1938, acusado de terrorismo.
Durante
diecisiete meses, Ajmátova hizo cola todas las mañanas ante la
cárcel de Leningrado para saber si seguía con vida.
De
esta experiencia nacería uno de sus poemarios más bellos, Réquiem,
publicado en 1963, el mismo año en que se le concedió El premio
Internacional de Literatura.
Ajmátova
desnuda el espíritu ruso mientras canta al desamor, al paso del
tiempo y al dolor de ver la propia patria sometida al terror más
feroz. Su obra, prohibida en Rusia durante muchos años, es uno de
los principales testimonios literarios de la turbulenta historia del
país.
Libro: He leído que no mueren las almas
Autor: Anna Ajmátova.
Traducción: José Luis Reina Palazón
Penguin Random House, Grupo Editorial.
EN
LUGAR DE UN PRÓLOGO
En
los terribles años del terror de Yezhov hice cola
durante
siete meses delante de las cárceles de Leningrado.
Una
vez alguien me «reconoció». Entonces una
mujer
que estaba detrás de mí, con los labios azulados,
que
naturalmente nunca había oído mi nombre, despertó
del
entumecimiento que era habitual en todas nosotras
y
me susurró al oído (allí hablábamos todas en voz baja):
—¿Y
usted puede describir esto?
Y
yo dije:
—Puedo.
Entonces
algo como una sonrisa resbaló en aquello
que
una vez había sido su rostro.
INTRODUCCIÓN
Esto
fue cuando el que muerto estaba
solo
sonreía, de su paz alegrado.
E
inútil, colgante, columpiaba
junto
a sus prisiones Leningrado.
Y
cuando de tormento enloquecido
el
condenado al regimiento marchaba,
y
una corta cantinela de despido
el
silbido de los trenes cantaba.
Las
estrellas de la muerte constantes,
Rusia
inocente de dolores repleta
debajo
de aquellas botas sangrantes
y
las ruedas de las negras furgonetas.
1
Al
alba te llevaron,
como
a un entierro tras de ti mi salida,
en
la oscura alcoba los niños lloraron,
ante
el santo quedaba la vela derretida.
En
tus labios el frío de un icono.
Sudor
de muerte en la frente no olvido.
Como
las mujeres de Streliezki pregono
bajo
las torres del Kremlin mi alarido.
5
Diecisiete
meses grito,
a
la casa te reclamo,
al
verdugo ayer suplico,
por
ti mi hijo y mi espanto.
Todo
se enreda sin nombre
ya
no sé diferenciar
quién
es la bestia o el hombre,
si
la ejecución he de esperar.
Solo
flores polvorientas,
incensario,
tintineo, huellas
a
cualquier y a ninguna parte.
A
los ojos me mira lanzada
y
de un pronto desastre me amenaza
una
estrella gigante.
🌸🌸🌸
Clarisa Tomás Campa. © All Rights Reserved.
Gracias, lectores. 🙏
Merci beaucoup à tous!