"After the wreck" (Amanecer después del naufragio).
Pintura de William Turner (1775-1851). Paisajista inglés.
Memorias de un naufragio
El
mar arrojó mi cuerpo a la orilla. Toda yo, blanca como una luna de
mayo, permanecí tendida sobre un tiempo muerto; fueron
horas, días, o quizás un siglo desvelado de observar la espuma que
levantan las olas.
El sol estaba enfermo o
escondido —supuse—, porque no sentí su calor ni el aroma que
suele despertar en lo vivo, cuando él se planta. Las montañas eran
nubes oscuras en líneas de horizontes amortajados. Y por encima de
mí, ni una voz cálida, ni un vuelo de pájaro, ni un pétalo de
rosa... Abrí los ojos. Volví a cerrarlos.
Era el día de Navidad en
aquel mundo de orilla urbanita, así me dijo una voz en un francés
precario que yo entendí. Magullada y huesuda, sobre una camilla,
“rompí aguas” de camino a algún hospital... No sabía de dónde
venía ni dónde estaba.
Entonces, en
mi mente cansada, el llanto de un niño recién nacido, llora. Y yo
busco a la madre y ella fue a buscar leche y alimentos... Un niño
llora y nadie acude. Yo corro a su lado y lo tomo en mis brazos y
quiero amamantarlo... Pasan las horas, mis pechos no tienen leche...
La madre está buscando en las sombras, remece hojas secas, escarba
en la tierra... Y el llanto del niño no cesa y en mis brazos el
dolor se hace punzante...
Comienzo a caminar
sonámbula en la noche fría, voy detrás de los árboles que huyen.
Me adentro con ellos en el vientre de la montaña, buscamos calor que
no nos calcine. Me siento junto a ellos en el Hogar de los que no
retornan al mágico camino de la risa. Estamos en silencio, ellos con
sus copas cabizbajos; yo, con mis brazos caídos.
Y de nuevo un llanto de
niño recién nacido se cuela entre las rendijas tristes y creo que
revivo. Algunas ramas revolotean como si quisieran alcanzar sus
gorriones perdidos. Una estrella aparece en la ventana como una pirata legendaria y me guiña un ojo.
—¡Despierta! ¡Es una
niña!— Oigo una voz agradable que resuena en mi oquedad, trae una esperanza y pan en un cestillo. A lo lejos, un perro chalanea con el aire, despiertan a las viejas ojeras de los mares.
¡Hemos nacido! —me
digo incrédula—. De mi pecho brota leche. El llanto cesa.
Clarisa Tomás Campa. © All Rights Reserved.
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