Imagen de: Monika Sandrová (Praga, República Checa).
La paseadora de muñecas
Fue a finales de julio. Recogíamos los primeros girasoles de Ucrania en nuestros recuerdos de
maletas exprés. En la calle principal del pueblo fronterizo con Polonia, donde el viento aúlla casi siempre, hacíamos
las últimas compras para la vuelta. Y al salir del centro comercial,
cargados con regalos y ramos de kalina, nos topamos con una anciana
desafortunada que cuidaba su carrito de bebé sobre la acera,
mientras sonreía a la gente que pasaba. Ella era muy pequeña y
vestía su pobreza sin mascarilla. Parecía una niña arrugada con su pañuelo
anudado al cuello y sus dos cuevas brillantes.
Me acerqué para ver
qué había debajo de una mantita con pequeños girasoles bordados,
ya desdibujados por el tiempo y la suciedad. Había tres muñequitos.
Una muñeca rubia, con la melena desaliñada y sin un ojo; otros dos
muñecos ya calvos, desnudos y sin brazos. Ella, al acercarme, los
abrigó hasta los ojos y colocó con cariño unas mascarillas descoloridas sobre sus cabezas. Desde su curvatura y pequeñez me miró con dulzura, extendió su mano como un cuenco
tembloroso y me pidió algo de comida.
—Їжа,
їжа ... дякую. Бог заплатить вам (Comida,
comida... Gracias. Dios se lo pague).
— сама,
сама... (sola, sola).
En el carrito dejé
unos melocotones y una porción de medovik (pastel de miel) que
había comprado para Sveta. En su mano dejé 30 grivnas. Ella sólo
repetía: "Дякую, Дякую"... (Gracias, gracias). Desbordaba
bondad y ternura, casi irresistible...
Después, en la
cena, al comentar nuestro encuentro en la casa familiar, Yuri, nos
contó la triste historia de la “Маленький божевільний”
(Pequeña loca). La mujer, que no tenía parientes, enviudó joven y
quedó con sus tres niños sola. Al siguiente invierno de su tragedia
los niños enfermaron de un virus desconocido y murieron. Fue un shock para su mente. Ella se
quedó en aquel día, en un tiempo de crianza permanente.
Desde entonces pasea
a sus niños en un carrito de bebé destartalado, camina las calles
sin prisa pidiendo comida, sola y sola. Ya pasaron más de
sesenta años. Pero jamás la ven llorar. Todos saben que es una
iluminadora, incluso creen que da buena suerte mirarla porque en sus
ojos, dicen, hay algo de dios que casi ciega.
También yo
recordaré su imagen sin mascarilla por mucho tiempo.
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Clarisa Tomás Campa. © All Rights Reserved.
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